Hace mucho tiempo que no escribo en mi blog. Increíblemente, muchas cosas han cambiado en el mundo desde entonces. Un afroamericano fue elegido presidente del país más poderoso del mundo (para algunos, aún un país racista) y en la ceremonia de toma de posesión del mando, Rick Warren fue el encargado de pedir al cielo por la gestión que comenzaba. En Chile, las cosas también han cambiado. Después de más de 50 años, un candidato de la derecha chilena llega al poder a través del voto popular. Después de 20 años, la derecha vuelve al gobierno. Los votantes chilenos han escogido una opción tan válida como aquellas que no resultaron electas. No se trata de ser de izquierda o de derecha, sino de mirar más allá del ahora y pensar en el mañana.
Me llama la atención que ya no se hable de izquierdas y derechas, sino de centro-izquierda y centro-derecha. Obviamente el espíritu de la guerra fría se está enfriando al punto de desaparecer, pero no deja de llamar la atención tal giro en las denominaciones. Al parecer no se trata solo de cambiar un nombre, sino que efectivamente existe un cambio ideológico. Ya nadie cree en el libre mercado puro (al menos eso quiero creer) y tampoco existen muchas personas que crean en un comunismo, destructor del mundo, puro. Vivimos en la época de los consensos. Como en todas las cosas siempre existe una postura intermedia, la famosa ecléctica, que suma puntos de todo lo demás para hacerse mejor. Sin duda, Chile ha cambiado y seguirá cambiando.
Como muchos saben, y si no es así ahora lo comento, soy Linarense de toda mi vida (Linares es una hermosa ciudad de la Región del Maule, Chile), pero estas últimas semanas he pasado más tiempo del que desearía en Santiago. He recorrido algunos sectores y sigo viendo lo que la guerra fría, el capitalismo y el hombre ha creado. Un Santiago para mostrar al mundo, lleno de grandes edificios de cristal y con personas que no parecen tener mayores problemas y el Santiago que es mejor esconder en el patio trasero, lleno de delincuencia, de familias que viven con lo mínimo y sin muchas posibilidades a esperar. ¿Qué es lo que estamos haciendo mal?
Con cada cifra que nos muestra el crecimiento de Chile, vemos como se ahonda la desigualdad de oportunidades. No soy tan iluso, como alguna vez fui, para creer en una sociedad en donde todos tengan las mismas oportunidades, pero al menos creo que se puede intentar.
Lamento que las palabras de Patricio Navia en el mail que escribió a Sebastián Piñera se estén haciendo realidad, el nuevo gabinete tiene algo en común y en palabras de Navia es que son todos miembros del "club de amigos de Cachagua". Quiero que se entiendan bien mis palabras. No me siento resentido, como inmediatamente alguno enjuiciará, sino que lamento que en un gabiente (sea cual sea) no existan otros nombres o apellidos que los mismos de siempre. Eso es muestra de que no estamos haciendo bien las cosas. Suena utópico, pero ¿por qué no pensar en un ministro que venga de Cerro Navia, La Pintana o Linares? Será porque la gran mayoría de los habitantes de estas comunas no tienen acceso a postgrados en Harvard o Chicago. Lo cierto es que aún existe una gran brecha entre la política y los ciudadanos. Pensar en optar a un cargo de elección popular, siginifica desembolsar grandes sumas de dinero para propaganda, favores y peinados.
Pero quiero volver al tema que titula este post y no alejarme demasiado de él. La iglesia (me refiero a la iglesia evangélica, pues es la que mejor encaja en mi definición de iglesia, por no decir la única) está tomando un rol un tanto más protagónico en la sociedad chilena del siglo XXI. Hemos pasado, gradualmente, de ser lo último de la sociedad a ser lo penúltimo o antepenúltimo. Observo con estupor como ciertos sectores de la iglesia, hacen alianzas con partidos políticos creyendo que somos importantes para ellos. Sí, somos muy importantes, pues cualquier sector desearía tener cautivos a casi el 20% de la población (de este sector, no sé cuantos realmente votan) Nos vendemos por mucho menos que un plato de lentejas. Transamos nuestros principios, valores y misión por un cargo en el gobierno, creyendo que esa es la forma para influir en la sociedad. Para quienes me han leído anteriormente o me conocen, saben que tengo un gran interés por la participación política activa, pero jamás he creído que la iglesia debe hacer alianza con la política. Es necesario distinguir entre principios y programas. La iglesia sí tiene mucho que decir en cuanto a los principios que deben inspirar una nación o un gobierno, pero no tiene una voz autorizada en lo que respecta a programas políticos, pues no tiene la experiencia y experticia necesaria para hacerlo. Creer lo contrario es una ilusión.
Pero los cuestionamientos siguen en pie. Los problemas, por mucho que se escriba sobre ellos, no se solucionan por arte de magia. Las dudas siguen bombardeando a nuestros concuidadanos ¿y la iglesia qué? Es necesario levantar una voz autorizada, no para ser parte del gobierno o de programas políticos, sino para cumplir el rol dado por Jesús de ser la luz del mundo y la sal de la tierra. La iglesia tiene mucho que decir sobre el aborto, la píldora del día después, la corrupción y la pobreza, pero nadie está diciendo nada. Estamos entretenidos en otras "cosas más espirituales", olvidando nuestra verdadera misión.
Estas líneas no tienen otro objetivo sino despertar mi propia conciencia y la de quienes así lo deseen, para comenzar a decir lo que otros, en nuestro lugar, están diciendo. No puedo permitir que alguien se levante y hable en nombre de la iglesia en Chile, diciendo algo con lo que no estoy de acuerdo o que no he dado mi opinión. Ya es hora de decir las cosas por su nombre a riesgo de ser imprudente o temerario, pero la noche está avanzada y la luz sigue sin encender.