jueves, 11 de agosto de 2011

Debemos actuar

Recuerdo claramente el día en que el primer afroamericano asumió su cargo como presidente del país más poderoso del mundo. Fue el 20 de Enero de 2009. En dicha ceremonia, entre otros, tuvo la palabra Rick Warren, pastor de Saddleback Church. En su discurso citó a uno de los grandes hombres de la fe en el siglo XX, Martin Luther King Jr. Recuerdo que tras sus palabras, inmediatamente se levantaron voces de distintos sectores de la iglesia, criticando su alusión a tal hombre, pues a su juicio Martin Luther King, había tergiversado la doctrina de la iglesia. No me pronunciaré sobre dichas doctrinas, ni haré un juicio para conocer si tenían razón aquellas voces entre las sombras. Prefiero remitirme a una frase en particular pronunciada por este hombre de fe: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol” Comparto plenamente esta certeza y por eso me siento una vez más frente al teclado de mi computador, para teclear lo que pienso, sin importar que el mundo se acabe mañana, para mí o para todos.

Que el mundo está cambiando no es ninguna novedad. Nuestro país en este minuto está siendo testigo de numerosas protestas, que abarcan una amplia gama de peticiones. Las bolsas de comercio del mundo entero se desploman, para luego volver a subir, por temor a una nueva crisis económica de carácter global. Los analistas económicos en nuestro país, sostienen que Chile estaría bien preparado para hacer frente a esta eventualidad. Aparte de mi querido libro de Economía de Samuelson y Nordhaus, lo que conozco principalmente es un poco de teoría macroeconómica, por lo que mi opinión no estará basada en la economía. El tema que me interesa es otro, y ya quienes me conocen, sabrán a qué lugar apunta. ¿Qué rol tiene la iglesia en este juego? ¿Debemos involucrarnos en estos temas, o es que la iglesia tiene temas más importantes de qué preocuparse? Trataré de plantear mi opinión al respecto.

Reconozco que la Biblia es fuente de autoridad para mí, y en ella hay un pasaje en particular que llama bastante la atención en relación a este tema: “Por la bendición de los rectos, la ciudad será engrandecida; más por la boca de los impíos será trastornada” Lo encontramos en el capítulo 11, versículo 11 del libro de Proverbios. En este pasaje, encuentro la principal inspiración a mis letras. El engrandecimiento de mi ciudad, y en este caso de mi país, tiene una directa relación con mi bendición; aún más, la debacle de mi país, tiene relación con lo que los impíos hacen.

La iglesia es el cuerpo de Cristo, llamada para anunciar las buenas nuevas que significan el evangelio. Hay temas de suma relevancia que la iglesia aborda día tras día, siendo quizás el más importante el cuidado de quienes van rumbo al cielo y el llamado para quienes aún no toman dicho camino. Pero también la Biblia me recuerda que la iglesia es la voz de los que no tienen voz y si somos el cuerpo de Cristo, hemos de recordar como Jesús se involucró en los temas que causaban polémica en su tiempo. No solo sanó al leproso, sino que también lo tocó. No solo se compadeció de la multitud hambrienta, sino que la alimentó. No solo perdonó al ladrón clavado en una cruz a su lado, sino que le dio acceso al cielo. Jacobo, uno de los hermanos de Jesús, que antes lo tratara de loco, escribió el libro de Santiago, en donde nos dice que la fe sin obras es muerta. La fe debe ir acompañada de acciones concretas y reales. No podemos decirle a nuestro hermano que tiene frio: id en paz, sino que debemos darle abrigo. Cuando extrapolamos esta enseñanza a nuestro tiempo actual, vemos que no solamente debemos orar por nuestro país, también debemos hacer algo para que nuestra bendición, signifique el engrandecimiento de una nación. Wesley lo entendió muy bien, pues además de ser uno de los grandes predicadores de la historia, es recordado en Inglaterra por que el avivamiento que encabezó, en gran medida fue el factor que libró a Inglaterra de una sangrienta revolución como la ocurrida en Francia. Wesley no solo impulsó la santificación de los ingleses, también impulsó la enseñanza de oficios para los más pobres, el término de la esclavitud y toda clase de vicios sociales. Wesley estaba convencido de que el evangelio es el mayor poder transformador que pueda existir, pues realiza un cambio desde el interior, abarcando todas las esferas de una sociedad. Concuerdo que la iglesia tiene tareas de suma relevancia, pero no puede olvidar su llamado a alzar la voz en contra de lo que no está bien. Creo que no vale lamentarnos por los males sociales, si no hemos hecho nada por erradicarlos. No hay peor batalla que aquella que no se ha librado. Mañana podremos llorar porque en nuestro país se aprueban leyes que atentan en contra de los principios bíblicos, pero que esas lágrimas vayan cargadas por la lucha previa, intentando al menos detener la putrefacción de la sociedad, ¿no es eso lo que hace la sal? Finalmente todo pasará, incluyendo al cielo y la tierra, pero mientras tengamos vida, hemos de ser la sal que detenga la pudrición de quienes nos rodean.

Considero de la mayor importancia, que la iglesia tenga una opinión frente a los temas que aquejan a la sociedad. Hemos de pronunciarnos con valor ante la legislación que nos oprima. Dicho valor ha de estar fundado en las palabras de Jesús: “en el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” Llamo una vez más a los jóvenes, que al igual que yo, no se conforman con la realidad en la que vivimos. Hemos de levantar la voz, no para imponer, sino para remecer las conciencias. Nuestra batalla no estará en una calle con palos y piedras, sino en la voz calma que llega a los hogares, proclamando la verdad del evangelio. La sociedad podrá acallar nuestras voces algún día, impedirán que llamemos malo a lo que es malo, obligándonos incluso a llamarlo bueno, pero jamás podrán acallar nuestras conciencias. Si nuestra conciencia, personal y colectiva, se está acallando, por considerar que esto es una batalla perdida, pues finalmente Cristo viene pronto, estamos olvidando el ejemplo de Jesús, que aun estando colgado en una cruz, siguió mostrando el mismo amor que vivió durante su vida. Es una cobardía tremenda, escondernos en nuestros templos y dejar que otros decidan la suerte de nuestra nación, legisladores impíos en toda la expresión de la palabra, pues han olvidado a Dios y lo han dejado fuera del parlamento. Si son ellos los que deciden la suerte de nuestra nación, tengamos claro que el futuro que nos espera, lejos estará de ser promisorio.

¿Cuál es entonces el rol de la iglesia frente a esta realidad? A lo largo de la historia la iglesia ha adoptado 2 posiciones (con variaciones por supuesto): la imposición, el laissez-faire. La iglesia es recordada por la inquisición, por las cruzadas y por la serie de excesos que ha cometido a lo largo de la historia. Aún Lutero no estuvo exento de estas realidades, pues en nombre de la “nueva fe protestante” miles de europeos murieron combatiendo en contra de los católicos. El ejemplo más palpable es el que aún ocurre en Irlanda. Muchos misioneros que fueron a China y Africa, impusieron su fe en los naturales, no dándoles otra opción. De esa forma se crearon sectas, que exteriormente compartían nuestra fe, pero que en el fondo la usaban para disfrazar sus ritos paganos. La otra opción es la que parte de la iglesia ha tomado actualmente, el laissez-faire. Esta expresión, usada en economía, se traduce algo así como “dejar hacer”. La iglesia no debe interferir en el curso de los acontecimientos mundiales, pues Jesús dijo que su reino no es de este mundo. No nos preocupemos del dolor de la sociedad, nosotros estamos bien y Cristo viene pronto.

Hay una tercera opción que considero más apropiada: la influencia. Como iglesia, hemos de influir con nuestros actos, con nuestras voces y con nuestra presencia en cada rincón de la sociedad. No hemos de estar ajenos a los males sociales tales como la pobreza, la falta de acceso a una educación de calidad o el acceso a un sistema de salud digno. No podemos estar ajenos a la legislación que atenta en contra de la familia, de nuestra libertad de expresión e incluso de nuestra opción de ser cristianos y manifestar nuestro credo públicamente.

Dios nos ha dotado de capacidades y habilidades para su gloria. Cada uno habrá de combatir desde su propia trinchera. Cada uno aportará con su saber, con su experiencia, con su presencia; pero todos debemos aportar. Esto es algo que no debemos perder de vista, cada uno de nosotros es la iglesia, cada uno de nosotros tiene algo que dar, algo que entregar. Cuando la iglesia ha cumplido su misión integralmente, se han visto sociedades transformadas. No soy tan iluso o utópico para creer en la construcción de una sociedad ideal, sino que creo firmemente en que la iglesia puede aportar para el desarrollo de una sociedad mejor, con más justicia, con mayor equidad y libre de grandes males. Somos un factor de cambio, un factor detonante de la bendición de Dios para una nación, pero si la sal sigue en el salero, solo podremos ver la putrefacción a nuestro alrededor, tal como hoy podemos vaticinar.

Hay temas más importantes de qué preocuparse, pero he decidido combatir desde mi trinchera, con las armas que Dios me ha dado, tras un teclado y frente a un monitor, lo que a muchos podrá parecer insignificante, pero espero con estas simples palabras tocar alguna conciencia que estaba adormecida, llegar a algún rincón en donde mi voz no puede llegar e incluso alcanzar a quienes no tengo el placer de conocer. Si tú eres uno de ellos, te invito a despertar y alzar la voz para decir: esto es lo que Dios dice al respecto.

Aún si supiera que mañana se acaba el mundo para mí, seguiré escribiendo y compartiendo mi opinión con el que la quiera escuchar.

lunes, 8 de agosto de 2011

Lucro en la educación y protestas estudiantiles

No tengo claro si las palabras que ahora escribo terminarán siendo de alguna utilidad, sólo deseo expresar mi opinión sobre un tema que acapara la atención de nuestro país en este minuto. Me refiero a la serie de protestas que surgen en torno al tema de la educación. Por una parte están los estudiantes secundarios, universitarios y profesores, y por el otro el gobierno. Centraré mis palabras en uno de los puntos que considero más importantes, dejando de lado los demás, no por considerarlos menos importantes, sino porque afectan otros sectores que no pretendo alcanzar con este simple artículo; me refiero al tema del lucro en la educación.

Es cierto lo que un sector de la ciudadanía opina en relación a este tópico y a la imposibilidad de que en un par de meses se dé solución a un tema que se arrastra por más de 30 años. Digo abiertamente más de 30 años, pues la base del sistema educacional chileno actual, se encuentra en el constituyente de 1980. Es entonces cuando el “constituyente” opta por un sistema socio político de libre mercado. No digo solo un sistema económico, pues finalmente este, como todos los sistemas económicos, carga con una visión particular del mundo que va más allá de la economía simplemente. Fue entonces cuando se decidió que las diversas situaciones sociopolíticas serían reguladas por el libre mercado, incluyendo en ellas a la salud, la educación y otras tantas más. Desde ese entonces, a pesar de que se sostenga legalmente que las instituciones de educación superior, no perseguirán fines de lucro, se muestra en la práctica que tal situación no es más que letra muerta. Partiendo por las altas sumas que se debe pagar cada año por concepto de matrícula, pasando por la colegiatura mensual y llegando hasta las sumas que se deben desembolsar para obtener el tan preciado “cartón”, nos encontramos con un sistema educacional fundado en intereses económicos. Analizar este tema in profundis, excede mis intenciones con estas letras, pero me interesa centrarme en el rol social que tienen las actuales protestas estudiantiles en torno al tema particular del lucro en la educación.

La historia se construye a través de diversas formas, siendo una particularmente productiva los procesos sociales que llevan a un convencimiento de cambio. A eso nos enfrentamos hoy, a un sistema que no convence a una gran cantidad de estudiantes y ciudadanos comunes y corrientes y que por otra parte se encuentran convencidos que se debe cambiar dicha situación. Todos deben opinar, pero personalmente no considero legítimas las opiniones de quienes nunca necesitaron la ayuda estatal para cursar sus estudios superiores, quienes no saben de becas, pues la seguridad y estabilidad económica de sus familias, les permitió estudiar sin mayores contratiempos. Considero legítima la aspiración del estudiante que proviene de una familia en donde los ingresos económicos apenas alcanzan para las necesidades básicas. ¿Sólo el que tiene dinero puede estudiar? ¿Sólo el que asegure el pago del arancel anual de cualquier carrera, puede acceder a ella? Abogo por un sistema de educación superior, en que realmente las universidades públicas lo sean, y no solo una fachada para un negocio. Abogo por que en dichas universidades tenga espacio el hijo de la mujer campesina, de la madre soltera, del obrero de temporada y de la gran cantidad de familias chilenas que aspiran a un futuro mejor para los suyos. Abogo por que sea el Estado el que proporcione una opción real de acceso a la educación superior para todos los chilenos y chilenas. Para llegar al diálogo es necesario considerar un factor de suma importancia: no hay verdadero y legítimo dialogo si quienes dialogan no están en igualdad de condiciones. Frente a un Estado todopoderoso, una de las únicas vías que tiene la población es ejercer la presión necesaria, para que sus demandas sean escuchadas, elevando su nivel por una parte y poniendo de tal modo en jaque al aparataje político que sea capaz de rebajar su nivel y oído a las demandas de la gran mayoría. No comparto ni compartiré la opinión cegada de quienes ven en cada protesta el “germen nocivo” del comunismo. No comparto la opinión de quienes ven fantasmas del pasado en cada esquina. Es necesario reivindicar nuestro derecho a protestar en contra de lo que está mal, nuestra esencia de cristianos es ser protestantes. Protestamos en contra de un sistema que no está de acuerdo a lo que Dios pide de nosotros. ¿Qué demanda Dios de nosotros? Que le amemos con todo lo que somos y que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Dios mandó a Israel, su pueblo escogido, a que fuera el defensor del pobre, del débil, de la viuda y el huérfano. Cuando protestamos en contra de un sistema sociopolítico que deja sin oportunidades al pobre, por el solo hecho de ser pobre, no hacemos otra cosa que cumplir lo que Dios pide de nosotros, lo que Dios pide de mí. Jamás compartiré el argumento fascista de que el pobre es pobre porque quiere o porque es flojo. Argumentan que hay oportunidades para todos, solo basta trabajar y esforzarse para salir adelante. ¡Elucubraciones teóricas y librescas aquellas! En un sistema económico en donde la base del desarrollo está en el capital y no en las personas, no hacemos más que alienar a un alto porcentaje de la población que no tiene siquiera acceso a un sistema crediticio que le permita emprender alguna acción que mejore su situación. Abogo por un Estado presente en las necesidades de las personas, que dé el espacio y las oportunidades reales, no de papel, para que todo ciudadano pueda desarrollarse integralmente. Hago eco de los principios bíblicos en mis palabras, pues he de defender al pobre y al necesitado como si se tratara de Jesús mismo. No concibo la idea de una iglesia acomodaticia, que por haber alcanzado cierta estabilidad económica olvide que fue tomada de la majada también, majada en donde se encuentran tantos conciudadanos sufriendo la miseria y la alienación. No comparto, ni compartiré la opción que muchos profesionales cristianos toman, de olvidar a sus propios hermanos en su lucha por alcanzar una mejor educación y un mejor pasar, porque ellos ya lo han alcanzado. Mi progreso es el progreso de mi nación y de mi hermano; si mi hermano progresa, también progreso yo y no he de sentir envidia por sus logros. Si lo hago, es que no he entendido de qué trata el evangelio. Falaz es la iglesia que tranza su defensa del pobre y el menesteroso, del que no tiene oportunidades, por una pequeña cuota de poder, lograda en las sucias tretas del lobby político. Sucias son las manos de quienes se llenan de dinero a expensas de su hermano que sufre del frio en el invierno, porque su casa no posee un sistema de calefacción digno o de su hermana que muere en las eternas colas de atención del sistema de salud, sin nunca lograr la atención o el tratamiento para su enfermedad. Si en algo debe invertir un país, es en el beneficio de sus ciudadanos. El índice del progreso de un país no está en cuantos ricos tengamos, sino en cuantos pobres dejamos de tener. Mientras la pobreza, la falta de acceso a la educación y tantos males sociales más existan es necesario protestar. Que se nos vaya la vida protestando mientras recordamos a Jesús volcando las mesas de los mercaderes en el templo, pues habían dejado la verdadera religión en pro de un beneficio pecuniario que estaba contra toda moral.

Concluyo haciendo un llamado a los jóvenes como yo, que hemos tenido la oportunidad de acceder a una mejor educación que nuestros padres; llamo también al hijo de la madre soltera, al hijo del obrero agrícola, al niño de población a que juntos soñemos con una sociedad más justa, con mayor preocupación por el que sufre, con mayor amor por el que no tiene las mismas oportunidades, por una sociedad que ame a Dios por sobre todas las cosas, pero que también ame a su prójimo como a sí mismo.