viernes, 5 de octubre de 2007

Viviendo Éticamente

En mi última publicación hablé sobre la ética y el pecado. La conclusión de ese breve estudio es que nuestro llamado ético es a vivir justa y piadosamente fundados en el amor y por otra parte no amoldarnos a este mundo, sino que vivir de acuerdo a los principios de Dios.

id="fullpost">Personalmente creo que hay una mezcla de ingredientes que nos llevan al deseo de Dios para nuestros corazones. Una preparación académica adecuada sumada a un conocimiento teológico bien fundado, puede provocar que un hombre o mujer llegue a lugares impensados. Si a estos dos ingredientes le sumamos un último, más importante aún, como lo es la vivencia dada por Dios en su revelación, encontraremos el camino al verdadero éxito que significa la voluntad de Dios.

Una serie de eventos desafortunados, a mi parecer, me han llevado a escribir estas líneas. Digo a mi parecer, pues lo que a mi me parece desafortunado o poco feliz, puede ser usado por Dios para tratar conmigo. Esto último es lo que Dios está haciendo. Mucho podemos hablar y disertar sobre un tema, pero cuando debemos vivir ese tema, Dios nos lleva a profundidades insondables para la mente humana. Jesús no enseñaba por medio de tratados o ensayos, sino que enseñaba con su ejemplo, con su propia voz. Cuando hablamos de ética estamos finalmente hablando de amoldar nuestras vidas a la imagen del varón perfecto[1]. Ese es nuestro modelo ético, nuestro llamado ético.

La ética no sirve de nada si no es puesta en práctica, pues son los conflictos éticos los que muestran nuestra realidad. ¿Qué hacer cuando nos tratan mal? ¿Debemos responder de la misma forma a los que nos ofenden? ¿Vale la autodefensa frente a una injusticia latente? Jesús le dijo a Felipe, si quieres ver al Padre, debes mirarme a mi[2]. No lo dijo por un parecido físico, sino porque Jesús encarnaba los valores de Dios, el mensaje de Dios, la pauta de vida que Dios quiere para el hombre.[3] Dijimos que la diferencia entre ética y moral radica en la solidez de los principios éticos, frente a lo fluctuante de la moral, que se va adaptando a las épocas y los lugares. Dios ha dado un código ético para el hombre y Jesús fue la encarnación de ese código ético.

Solo Jesús, el Dios hecho hombre podía resumir toda la ley en dos mandamientos, pues El era el autor de la ley. Aún más, solo El podía cumplir esos dos mandamientos y con ello toda la ley. Nuestras vidas deben ser conformadas cada día a las lecciones que nos da el Maestro. No vale conocer los principios de Dios si no los vivimos, si no los sufrimos, si no los disfrutamos. Sabemos que debemos amar a nuestros enemigos, pero cuando nos enfrentamos a ellos es cuando debemos tomar una decisión ética basada en los principios de Dios: lo amamos o tratamos de hacer justicia por nuestra propia mano. Existe una tercera opción, lo dejamos a la “ira de Dios” o la “justicia de Dios” (para que suene mas “cristiano”) cuando lo que queremos es que Dios mande fuego del cielo y no deje sino cenizas. Lo éticamente correcto sería pedir misericordia por ellos, pues Dios ha tenido misericordia de nosotros. Alguien podría decir que esto no es ética, sino vivir una vida de santidad. Nuestro llamado y parámetro de conducta es Jesús, debemos vivir como El lo hizo, actuar como el lo haría. Eso es la ética.

En estos momentos, amar a Dios puede parecer sencillo (obviamente no lo es) frente al reto de amar a nuestro prójimo, aún o mayormente cuando ese prójimo ha procurado nuestro mal. Todo discurso ético es vacío si no nos enfrentamos a vivir éticamente. El cristianismo conoce los principios de Dios, sabe lo que dice la Biblia, pero no vive de acuerdo a lo que la Biblia dice. Eso no es cristianismo, no es vivir éticamente. El llamado es sumamente alto, pues la ética y el cristianismo no son dos opciones de vida, sino una sola vida. No podemos hablar de verdadera ética lejos del cristianismo y los principios de Dios, así como no podemos hablar de cristianismo lejos de la misma ética.id="fullpost">

  


[1] Efesios 4.13

[2] Paráfrasis mía del pasaje de Juan 14.8,9 y ss.

[3] Juan 1.14