viernes, 1 de febrero de 2008

Evangelio y conflicto Indígena

Escribo este artículo mientras en el sur de mi querido país se desarrolla un conflicto que lleva décadas en el silencio y que hoy está sonando con un tono apoteósico. Tuve la oportunidad de vivir un poco más al sur que ahora, específicamente en la ciudad de Los Ángeles y en algunas visitas a las obras de construcción de las centrales hidroeléctricas Pangue y Ralco, conocí la realidad del pueblo indígena de esa zona, pehuenches principalmente. Pude ver los verdaderos getos indígenas, negocios para huincas y otros para los pehuenches. Los vi mirar con desconfianza, escondidos bajo una cortina de lluvia que en invierno puede durar semanas. Oí sus conversaciones sin entender una palabra. Entonces era mucho más joven, con menos vivencias y con menos conocimiento de Dios que ahora. No digo que conozca mucho, sino que los años son una buena escuela de parte de Dios que no podemos despreciar. En ese entonces solo era gente rara, distinta a mí, como si fueran de otro planeta o de otro país. Hoy veo las noticias, leo los diarios y me encuentro que esas personas realizan actos vandálicos en protesta por su lucha milenaria. Primero fue contra el inca que se atrevió a pisar suelo chileno, luego con el español y posteriormente con cuanto extranjero cruzara sus límites. A veces me olvido que siendo chilenos, al menos eso dice su certificado de nacimiento, igual que yo, no compartimos la misma cosmovisión y podemos asegurar que somos de naciones diferentes.

Este conflicto está calando muy hondo en el corazón chileno y por supuesto que debe calar hondo en el corazón del pueblo de Dios. A mi entender nos encontramos con un conflicto de forma y de fondo. Trataré de dar mi opinión y la perspectiva bíblica de cada una de estas aristas, partiendo por el fondo de la cuestión.

La Biblia nos habla que después de que los hombres intentaran la construcción de la torre de Babel, sus lenguas fueron confundidas por Dios, dando origen a distintas naciones (he simplificado todo el proceso histórico intencionalmente) que poblaron toda la tierra. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define nación como el “conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”[1] El Nuevo Testamento nos habla muchas veces de nación o naciones usando la palabra griega ethnos, refiriéndose no a un país como lo conocemos nosotros, sino a nación según la definición que hemos dado. No es el poder político lo que configura una nación ni lo es su libertad, su sistema económico o sus límites geográficos. Una nación es aquella reunión de personas que tienen valores en común, tradiciones, historia, idioma y en general una cultura similar (entendiendo cultura como la creación humana sobre la naturaleza y las cosas) Bajo este significado podemos situar a la nación mapuche, pehuenche, aymara o rapa nui. Sin lugar a dudas su cultura no es la misma que la nuestra y sería un error imponer la nuestra como superior a la suya. De la misma forma considero que el pueblo cristiano somos una nación que está diseminada por todo el orbe. Tenemos una cultura similar, un idioma común (lo que hablamos es locura para el resto de los mortales) y una esperanza que nos unifica. El más grande error que un gobierno puede cometer es no respetar esta diversidad dada por Dios e imponer valores ajenos y extraños a la cultura de una nación. Debemos reconocer la plurinacionalidad que tiene el pueblo chileno. Si a esto sumamos la nacionalidad de los inmigrantes, encontraremos que Chile es un abanico de naciones. Quiero aclarar inmediatamente un punto, antes de seguir con estas líneas. Nuestro ordenamiento jurídico establece que “la ley es obligatoria para todos los habitantes de la República, incluso los extranjeros”[2] Por tanto, aunque nuestros valores sean distintos, en lo medular debemos someternos al ordenamiento jurídico nacional y respetarlo.

Pues bien, Jesús en sus últimas palabras antes de ascender al cielo dio una orden para todos sus seguidores, incluyéndonos a los actuales: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”[3] Precisamente la palabra usada es tennos, con lo cual Jesús nos dice que en Chile no solo debemos llevar el evangelio a la nación chilena, sino a la nación mapuche, aymara, etc. Que quiero decir con esto, simplemente que la Biblia reconoce la multiculturalidad, la plurinacionalidad, dando Jesús mismo el énfasis en alcanzar todas las naciones.

Desde mi tribuna como conocedor del ordenamiento jurídico chileno y en base a mis principios bíblicos, considero de vital importancia el reconocimiento constitucional de las diversas etnias (o naciones) que conviven en nuestro país. Este reconocimiento debe incluir el reconocimiento de su cultura y valores y la protección de los mismos, de su idioma y por supuesto de su propiedad. Aquí es donde está el conflicto actual: el tema de la propiedad indígena.

Entre mis conversaciones de joven estudiante del Liceo de Hombres de Los Ángeles, pude escuchar alguna vez como el abuelo de alguien (no recuerdo si era compañero o no) se apropió de una gran cantidad de tierras en la precordillera de la mencionada ciudad. Dichas tierras eran pehuenches, pero esta persona aprovechándose de su superior educación y preparación, realizaba fiestas que duraban días y semanas en donde el alcohol corría como agua. En medio de esas “celebraciones” procedía a conseguir alguna firma o forma de consentimiento de los comensales. Los documentos siempre eran falsos y de esa forma fue adquiriendo terrenos. Otro de los medios usados era la compra a un muy bajo precio, lo que en nuestro ordenamiento está sancionado por medio de la figura de la lesión enorme. Por supuesto que todo esto sucedía en un marco de la más completa impunidad a causa de la protección y compadrazgo con las autoridades locales. Puede ser cierto todo lo anterior o no, pero el hecho es que en el ambiente existe el descontento al ver como los habitantes originales de esas tierras las perdieron a causa de su ignorancia de nuestras leyes y de su buena fe mal utilizada por personas inescrupulosas.

El tema de fondo, como mencione unas líneas más arriba, es el reconocimiento definitivo de los pueblos indígenas como parte del país pero con una cultura distinta que debe ser respetada. Esto puede parecer una contradicción para las ansias evangelizadoras, pero no es así. Dentro de lo que mencionamos como cultura se desarrollan las cosmovisiones, las formas de ver el mundo y relacionarse con él. Las culturas mapuche y pehuenche (son las más cercanas a mi zona, por tanto un poco más conocidas) responden principalmente a una cosmovisión panteísta. El mapuche posee un gran respeto por la tierra, pues considera que esta es divina, lo mismo que el sol, la lluvia y los distintos fenómenos naturales. Esto puede considerarse “normal” pues la mayoría de los pueblos indígenas responden a esta cosmovisión. Aquí entra en juego la cosmovisión cristiana, pues esta debe ser transmitida mostrando resultados. Pareciera que me contradigo, pero no es así y trataré de explicarme mejor. No es contradictorio pedir que se reconozca la cultura de un pueblo aún cuando esta sea contraria a nuestros principios cristianos. Hay una verdad más grande que todas las cosas y es que el hombre es hecho a imagen de Dios. Nuestros errores al ver el mundo son consecuencia del pecado que llevamos en nuestro interior, pero pueden ser transformados por medio de la Verdad del evangelio. Pedimos reconocimiento, en tanto que los mapuches son tan hechos a imagen de Dios como nosotros. El no reconocimiento de su cultura, por equivocada que este, implica un detrimento en su dignidad, en su valor como personas, como imagen del Dios creador. Si queremos verdadera dignidad, partamos por reconocer la imagen de Dios y luego actuemos por medio del evangelio para llevar la Verdad a los corazones. El mapuche necesita a Cristo tanto como el chileno promedio o el extranjero. Somos pecadores inmerecedores de la gracia de Dios.

No es posible que aún exista en nuestro país, que aspira al desarrollo, resabios de colonialismo o exclusionismo. Muchos hombres han muerto para borrar esos calificativos de nuestro diccionario. Pablo nos dice muy claramente que ya no debe haber esclavo ni libre, varón ni mujer; todo esto en la base del reconocimiento de Cristo como Salvador. En esta tarea de llevar el evangelio a los pueblos indígenas es de suma importancia, pero no lo principal el llevar la Biblia en sus idiomas originales. Digo que no es la más importante sin desmerecer el valor incalculable de la Palabra de Dios, sino en el sentido que no es totalmente necesaria la traducción, pues lamentablemente estos pueblos han ido perdiendo sus lenguas originales. La Biblia puede ser una gran solución pedagógica a la hora de recuperar dichas lenguas. Recordemos que los primeros chilenos aprendieron a leer y escribir con una Biblia como silabario.

Ahora vamos a otro punto de esta discusión que es el tema de la forma. Como mencioné, estoy de acuerdo en la reclamación que los mapuches y pehuenches hacen de sus tierras que injustamente perdieron, pero esto no significa que la forma de actuar sea la indicada. Jesús se opuso al imperio romano, pero nunca lo hizo a través de la violencia, sino que al contrario buscó siempre las salidas pacíficas a los conflictos. El mismo dijo que debíamos amar incluso a nuestros enemigos. La violación de la propiedad privada es contra lo que Dios ha establecido para el hombre, por tanto en ningún caso puede ser justificable. Si bien es cierto el fondo del asunto es totalmente válido a mi entender, la forma que está tomando esta reclamación nunca lo será.

¿Qué puede hacer la iglesia al respecto? La iglesia no es un ente político para que busque salidas políticas a este asunto. La iglesia es la portadora de la verdad de Dios y lo que debe hacer es mostrar esa verdad. Debemos mostrar nuestra visión del mundo a los indígenas e impregnarlo de ella, pues ¿de qué sirve tener miles de hectáreas de tierra si no sabemos administrarlas? El cristianismo no es solo un concepto más, sino que es una forma práctica de vivir la vida de acuerdo a lo que Dios desea para el hombre. Por tal razón la tarea de la iglesia es sumamente amplia: debemos conocer la verdad de Dios y atrevernos a cruzar las fronteras para llevar dicha verdad a los que sufren. No olvidemos que tras los encapuchados que queman bosques y maquinarias, hay pecadores que necesitan el perdón de Dios como un día nosotros lo necesitamos. Cumplamos la Gran Comisión y llevemos el evangelio a toda nación, incluyendo las naciones indígenas que conviven con nosotros en este suelo bendecido por Dios, para que pronto se cumpla lo predicho por Juan en el apocalípsis: “Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribuspueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos”[4] y

Esperamos que entre esa gran multitud podamos encontrar una inmensa cantidad de hermanos mapuches, pehuenches y de cualquier otra etnia de nuestro país.



[1] Real Academia Española © Todos los derechos reservados

[2] Código Civil de la República de Chile, § 3, Artículo 14

[3] Mateo 28.19

[4] Apocalípsis 7.9

0 comentarios: