domingo, 4 de noviembre de 2007

De Herejías y Herejes

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define herejía como "error en materia de fe, sostenido con pertinacia. Hereje es el que sigue esta línea de error. He estado visitando algunos blogs en donde se habla del tema de las herejías y se menciona algunas o más bien se hacen comentarios sobre quienes las acuñaron. Desde que la iglesia está sobre la tierra ha debido soportar los embates de falsas doctrinas que intentan tergiversar las verdades de la Biblia. En sus primeros siglos de existencia, la iglesia debió soportar el ebionismo, el apolinarismo, el arrianismo y el pelagianismo entre otros. Estas doctrinas en algún punto discordaban con la doctrina oficial de la iglesia, que es la contenida en las Escrituras. Probablemente, de las mencionadas el arrianismo y el pelagianismo son las que mayor daño causaron. Es de notar que el pelagianismo, a pesar de ser condenado en el Concilio de Éfeso (431 d.C.) fue retomado con algunos matices por un sacerdote holandés llamado Jacobo Arminio.

Pero ya que estamos hablando de Pelagio y Arminio es importante saber de que hablaba. Pelagio era un sacerdote Britano que llegó a Roma en torno al año 400 d.C. postulando algunas ideas revolucionarias en torno al pecado original y la salvación del hombre. Pelagio sostenía que entre el pecado original, es decir el pecado de Adán y el hombre actual, no hay ninguna relación, en otras palabras, él sostenía que el hombre no nace con el germen del pecado, sino que este se adquiere por razones del ambiente, la crianza, etc. El punto principal de su doctrina, radica en el libre albedrío, pues para Pelagio era inconcebible que el hombre fuera "manejado" por una soberanía superior a su propia voluntad. La lógica de Pelagio era que el hombre podía y debía ser salvo por sus medios, pues Dios no nos pediría nada que no pudiéramos cumplir por nuestros propios medios. El discurso y las ideas de Pelagio estaban fuertemente influidas por la lógica griega, en donde el hombre era el centro del universo. Como ya mencionamos, las ideas de Pelagio fueron condenadas en el Concilio de Éfeso y combatidas arduamente por Agustín de Hipona.
A mediados del siglo XVI nace Jacobus Arminius, quien postula una crítica a la teología de Juan Calvino. No es sino hasta después de su muerte, específicamente en 1610, que un grupo de sus seguidores redactan 5 puntos en donde definen y defienden su doctrina. Este tratado es conocido como el Remosntrans. Los cinco puntos de este tratado, que resumen la teología de Arminio son los siguientes:

  • el decreto divino de la predestinación es condicional, no absoluto;
  • la expiación es universal en intención;
  • el hombre no puede ejercer una fe salvadora por sí mismo;
  • a través de la gracia de Dios es una condición necesaria del esfuerzo humano, no actúa de forma irresistible en el hombre y
  • los creyentes son capaces de resistir al pecado, pero no están libres de la posibilidad de perder la gracia divina.

Como se puede apreciar, la teología de Arminio no es otra cosa que la teología de Pelagio un poco moderada. El énfasis no está en lo que Dios puede y hace por el pecador, sino en lo que este hace por sí mismo. Si bien es cierto reconocen que es necesaria la fe en Jesucristo, sostienen que esta fe puede ser lograda por la voluntad del hombre. La Biblia nos dice claramente que la fe no proviene de nosotros, sino que es un don de Dios[1]

Arminio no reconoce la soberanía de Dios, sino que constantemente la cuestiona. Sus doctrinas fueron condenadas por la iglesia en el Sínodo de Dordrecht entre 1618 y 1619, estableciendo la razón escritural a las doctrinas de Calvino que son la continuación de las de Agustín.

Las doctrinas de Arminio, a pesar de ser condenadas por la iglesia de los Países Bajos donde nació, fueron aceptadas principalmente en Inglaterra por Juan Wesley y el movimiento Metodista. Más tarde estas doctrinas serían abrazadas por el Pentecostalismo.

Como podemos notar, el error principal de esta construcción doctrinal radica en la perspectiva, pues si consideramos todo lo anterior desde una perspectiva en donde el hombre es el centro del universo y Dios está a su servicio, por supuesto que estarán bien. Sin embargo si reconocemos la soberanía de Dios, no podemos concebir estas ideas dentro de nuestras creencias.

Lamentablemente las ideas de Pelagio y de Arminio, hacen eco en nuestras iglesias, en donde a pesar de predicarse que el hombre no se puede justificar ante Dios, exigimos que este sea portador de la fe que lo lleve a la salvación. Aún más se considera que el hombre puede perder la salvación como si este la hubiese ganado. Se hacen imposiciones al hombre para que se pueda acercar a Dios y Dios responda sus oraciones. Si lo hace de tal o cual modo tendrá resultado, como si el resultado dependiese de nosotros. Debemos concluir diciendo que lo que Dios pueda hacer por nosotros no depende de lo que hagamos, pues quien tienen siempre la última palabra es nuestro Creador.


[1] Efesios 2.8

sábado, 3 de noviembre de 2007

Un poco de Historia de la Iglesia

El 31 de Octubre, se celebró el día de la iglesia evangélica en Chile. Este es un primer paso a lo que será pronto el primer feriado evangélico en nuestro país. Hagamos un poco de historia.
Para poder comprender un poco la historia de la iglesia evangélica en Chile, es necesario ir al siglo XVI específicamente a Wittemberg, a la puerta de la iglesia de Todos los Santos de esa ciudad alemana. El 31 de Octubre de 1517, un monje agustino llamado Martín Lutero clavó en la puerta de esa iglesia, sus 95 tesis en donde desafiaba claramente la autoridad papal para perdonar pecados. Este hecho fue el inicio de la reforma que daría nacimiento a las iglesias protestantes o evangélicas. Poco a poco la reforma alcanzó los demás países de Europa. Ulrico Zwinglio en Suiza, Juan Calvino en Francia y Suiza, Casiodoro de Reina en España y otros más marcaron esta nueva era para la iglesia.
La Reforma tardó varios años en llegar a nuestro país, pues para el siglo XVI, cuando la Biblia era traducida al idioma de cada país donde la reforma llegaba, en nuestro país recién se fundaban las primeras ciudades. En esa época se llamo a la naciente iglesia: “protestantes”, pues precisamente protestaban en contra de la omnipotencia de la iglesia católica y su desprecio por la verdad de Dios.

La presencia evangélica en Chile se ha mostrado desde los albores de nuestra patria independiente. Uno de los primeros registros que encontramos de la participación de un protestante en la historia de nuestro país, data de 1811. Bajo el gobierno de José Miguel Carrera, se encargó la confección de los primeros emblemas nacionales: una bandera y un escudo al señor Robert Poinsett, delegado del gobierno americano en nuestro país. Este ciudadano norteamericano era protestante y en el escudo nacional puso la frase “Post Tenebras Lux”, después de las tinieblas la luz. No era solo una frase independentista, sino una clara alusión al cambio que realiza Cristo en la vida del creyente.
Bernardo O’higgins introdujo varias reformas en su gobierno y una de las más importantes fue en el área de la educación. Diego Thomson fue el primer misionero evangélico que entró al país oficialmente en 1821. Fue el encargado de la creación de escuelas populares utilizando el sistema lancasteriano con la Biblia como silabario. Más tarde llegan oleadas de inmigrantes a Chile, siendo muchos de ellos protestantes. Hacia fines del siglo XIX aparece en la escena nacional el Reverendo David Trumbull. Hombre elocuente y de fuertes convicciones, predicaba que el evangelio no solo puede transformar vidas, sino también sociedades enteras e incluso las nacientes repúblicas sudamericanas. Amigo personal del presidente Balmaceda, fue impulsor de grandes reformas legislativas que se concretarían en los años siguientes: La Ley de Matrimonio Civil, la creación del Registro Civil y la de los cementerios laicos. También fue impulsor de la educación laica.
Uno de los protestantes más conocidos en Chile es Juan Canut de Bon. Sacerdote español que llega a nuestro país a mediados del siglo XIX, se convierte al encontrar un Nuevo Testamento en una estación de trenes. Desde ese momento se transforma en un promotor de la causa evangélica. Desarrolló su labor ministerial principalmente en La Serena, en donde era respetado por su congregación, pero odiado por la comunidad por introducir herejías en esa ciudad. Un día caminando por la ciudad, no recibió las típicas pedradas o insultos, sino el grito de unos niños que le gritaban “canuto”. Desde ese día se nos llama despectivamente los canutos, incluso el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, dice que canuto es el que profesa la religión protestante en Chile.
Parecen datos anecdóticos, pero cuando vemos como se ha forjado la historia de nuestra iglesia, vemos el rechazo, el maltrato y las injusticias como tenor de cada generación. Hasta la promulgación de la ley de cementerios laicos, nuestros hermanos que morían eran tirados en el cerro Santa Lucía en Santiago y en alguna fosa clandestina o incluso al mar en las demás ciudades. Aún hoy existe allí un monumento erigido por don Benjamín Vicuña Mackena que dice: “A la Memoria de los expatriados del cielo y la tierra que en este sitio yacieron sepultados durante medio siglo” Nuestros hermanos en Valparaíso y otras ciudades, no recibían aplausos cuando salían a predicar a las calles, sino los desechos de los baños de cada casa. Pedradas, atropellos de caballos, escupitajos e insultos fueron el camino que nuestros antepasados transitaron para que hoy pudiéramos adorar a Cristo libremente.
El desafío de la iglesia del siglo XXI es grande: seguir proclamando el nombre de Cristo sobre la base de lo que nuestros hermanos con tanto sufrimiento forjaron. Cristo debe llegar a todos los rincones de nuestro querido país, no solo como un mensaje más, sino como el poder capaz de transformar las vidas de los hombres y dar esperanza de un mañana próspero. La única forma de que nuestras ciudades y país lleguen al desarrollo, es siguiendo los principios del cristianismo, pues podemos afirmar que Chile es lo que es gracias a la labor incansable de muchos hombres del ayer. Seguimos caminando hacia el cielo con la confianza de que Chile será para Cristo.

Proverbios 11.11 nos recuerda que “por la bendición de los justos la ciudad será engrandecida”

viernes, 5 de octubre de 2007

Viviendo Éticamente

En mi última publicación hablé sobre la ética y el pecado. La conclusión de ese breve estudio es que nuestro llamado ético es a vivir justa y piadosamente fundados en el amor y por otra parte no amoldarnos a este mundo, sino que vivir de acuerdo a los principios de Dios.

id="fullpost">Personalmente creo que hay una mezcla de ingredientes que nos llevan al deseo de Dios para nuestros corazones. Una preparación académica adecuada sumada a un conocimiento teológico bien fundado, puede provocar que un hombre o mujer llegue a lugares impensados. Si a estos dos ingredientes le sumamos un último, más importante aún, como lo es la vivencia dada por Dios en su revelación, encontraremos el camino al verdadero éxito que significa la voluntad de Dios.

Una serie de eventos desafortunados, a mi parecer, me han llevado a escribir estas líneas. Digo a mi parecer, pues lo que a mi me parece desafortunado o poco feliz, puede ser usado por Dios para tratar conmigo. Esto último es lo que Dios está haciendo. Mucho podemos hablar y disertar sobre un tema, pero cuando debemos vivir ese tema, Dios nos lleva a profundidades insondables para la mente humana. Jesús no enseñaba por medio de tratados o ensayos, sino que enseñaba con su ejemplo, con su propia voz. Cuando hablamos de ética estamos finalmente hablando de amoldar nuestras vidas a la imagen del varón perfecto[1]. Ese es nuestro modelo ético, nuestro llamado ético.

La ética no sirve de nada si no es puesta en práctica, pues son los conflictos éticos los que muestran nuestra realidad. ¿Qué hacer cuando nos tratan mal? ¿Debemos responder de la misma forma a los que nos ofenden? ¿Vale la autodefensa frente a una injusticia latente? Jesús le dijo a Felipe, si quieres ver al Padre, debes mirarme a mi[2]. No lo dijo por un parecido físico, sino porque Jesús encarnaba los valores de Dios, el mensaje de Dios, la pauta de vida que Dios quiere para el hombre.[3] Dijimos que la diferencia entre ética y moral radica en la solidez de los principios éticos, frente a lo fluctuante de la moral, que se va adaptando a las épocas y los lugares. Dios ha dado un código ético para el hombre y Jesús fue la encarnación de ese código ético.

Solo Jesús, el Dios hecho hombre podía resumir toda la ley en dos mandamientos, pues El era el autor de la ley. Aún más, solo El podía cumplir esos dos mandamientos y con ello toda la ley. Nuestras vidas deben ser conformadas cada día a las lecciones que nos da el Maestro. No vale conocer los principios de Dios si no los vivimos, si no los sufrimos, si no los disfrutamos. Sabemos que debemos amar a nuestros enemigos, pero cuando nos enfrentamos a ellos es cuando debemos tomar una decisión ética basada en los principios de Dios: lo amamos o tratamos de hacer justicia por nuestra propia mano. Existe una tercera opción, lo dejamos a la “ira de Dios” o la “justicia de Dios” (para que suene mas “cristiano”) cuando lo que queremos es que Dios mande fuego del cielo y no deje sino cenizas. Lo éticamente correcto sería pedir misericordia por ellos, pues Dios ha tenido misericordia de nosotros. Alguien podría decir que esto no es ética, sino vivir una vida de santidad. Nuestro llamado y parámetro de conducta es Jesús, debemos vivir como El lo hizo, actuar como el lo haría. Eso es la ética.

En estos momentos, amar a Dios puede parecer sencillo (obviamente no lo es) frente al reto de amar a nuestro prójimo, aún o mayormente cuando ese prójimo ha procurado nuestro mal. Todo discurso ético es vacío si no nos enfrentamos a vivir éticamente. El cristianismo conoce los principios de Dios, sabe lo que dice la Biblia, pero no vive de acuerdo a lo que la Biblia dice. Eso no es cristianismo, no es vivir éticamente. El llamado es sumamente alto, pues la ética y el cristianismo no son dos opciones de vida, sino una sola vida. No podemos hablar de verdadera ética lejos del cristianismo y los principios de Dios, así como no podemos hablar de cristianismo lejos de la misma ética.id="fullpost">

  


[1] Efesios 4.13

[2] Paráfrasis mía del pasaje de Juan 14.8,9 y ss.

[3] Juan 1.14

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Etica Cristiana y Pecado

Algún tiempo atrás leí un artículo de un connotado teologo nacional que trataba sobre el tema de la ética cristiana. Dicho autor cuestionaba si realmente existe una ética cristiana como creación nueva. Sobre ese punto escribí estas líneas, creyendo firmemente que el cristianismo como sistema filosófico tiene mucho que aportar en el campo de la ética. Sobre si la ética cristiana es algo original, creo que no, pues el cristianismo primitivo estuvo fuertemente influenciado por un choque de dos cosmovisiones: la helénica (en su vertiente platónica) y la judía. Por tanto la ética que llamamos cristiana es influenciada por otras corrientes, incluso otras ciencias. Partiré desde lo más básico hasta poder aplicar a nuestras vidas este tema tan importante. Por supuesto, esto es solo un breve pensamiento de lo que podemos decir sobre la ética y en nada agota todo lo que se debe decir.

¿Qué es la ética?


Podemos definir la ética como el conjunto de normas que orientan nuestras vidas y definen nuestros deberes y obligaciones. La ética es normativa, es absoluta, es lo que la gente “debe hacer”.

Debemos establecer una diferencia entre este concepto de ética y la moral, pues pareciera que siempre están muy asociadas. La moral trata de la bondad o maldad de las acciones humanas, no es el estudio de lo que el hombre “debe hacer”, sino de “lo que hace”.

Es necesario distinguir muy claramente entre ética y moral, pues la confusión de estos conceptos puede llevar rápidamente al error. La moral se va adecuando al momento histórico de cada nación y de cada persona. Lo que en un lugar del mundo es reprochable, en otro perfectamente puede ser aceptado. Un ejemplo de esta situación es la moral que tenían los alemanes bajo el dominio Nazi. La ética había sido tan encubierta por los filósofos del régimen, que el pueblo estaba convencido que el exterminio de las razas inferiores era prácticamente un mandato de Dios. Esas normas no eran éticas, sino morales. El punto de mayor conflicto es que un uso prolongado de este tipo de morales, puede llevar a una confusión permanente del sentido ético verdadero.

Todos los hombres tienen un sentido de lo que es bueno y lo malo en sus corazones, sin importar la cultura donde estén. El problema radica en que ese sentido puede ser corrompido por la “moral del momento”.

Cada uno de nosotros es guiado por estos absolutos morales y eso nos viene directamente de Dios. El autor del libro de Hebreos nos recuerda lo siguiente:

“Pondré mis leyes en la mente de ellos,

Y sobre su corazón las escribiré;”[1]

Este absoluto moral, no es otro que la voluntad de Dios en el hombre; es Dios quien ha dado las reglas de lo bueno y lo malo. Estas normas absolutas dadas por Dios, reflejan quien es El, su carácter y sus deseos. De ahí la importancia de vivir de acuerdo a estas normas.

Nuestra tarea es descubrir a la luz de la Biblia, que es lo que Dios quiere de nosotros, cual es el conjunto ético normativo que tiene para nuestras vidas.

“Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?”[2]

Dios ha establecido su voluntad para el hombre en la Biblia y de ella estudiaremos un concepto que abarca precisamente lo que Dios quiere de nosotros.


El ideal moral cristiano


Dios dio los diez mandamientos a Israel, como la base de toda la Ley. Estos se encuentran en Éxodo 20. Los podemos expresar de la siguiente forma:

  1. No tendrás dioses ajenos[3]
  2. No te harás imagen[4]
  3. Santificarás mi nombre[5]
  4. Santificarás mi día[6]
  5. Honrarás a tu padre y a tu madre[7]
  6. No matarás[8]
  7. No cometerás adulterio[9]
  8. No hurtarás[10]
  9. No mentirás[11]
  10. No codiciarás[12]


Si los estudiamos detalladamente podemos encontrar cierta lógica; los cuatro primeros mandamientos se refieren principalmente a nuestra relación con Dios, mientras que los siguientes seis, se refieren a la relación con nuestro prójimo. A lo largo del Antiguo Testamento y especialmente del Nuevo Testamento, estos dos conceptos se enmarcan en la piedad y la justicia. Estos dos conceptos son lo mismo que vimos anteriormente.
Cuando a Jesús se le preguntó que opinión tenía de la Ley, El resumió toda la Ley en dos mandamientos: Amar a Dios y a nuestro prójimo[13]; piedad y justicia.

El apóstol Pablo llama una y otra vez a las iglesias a vivir en piedad y justicia, pues es lo que agrada a Dios. Nuestras vidas deben ser puestas bajo esta misma mirada, pero a diferencia de las personas del Antiguo Testamento, nosotros tenemos un nuevo prisma que es el amor. No obedecemos a Dios por obligación o por miedo al castigo, sino que lo hacemos por el amor que provoca en nuestros corazones, la conciencia de sabernos pecadores y que aún así El dio su vida por nosotros. En base al mismo sacrificio de Cristo, es que amamos a nuestros semejantes, pues comprendemos que valen lo mismo que nosotros; son tan pecadores como nosotros, pero también fueron mirados con misericordia por parte de Dios igual que nosotros.

Ya que estamos hablando del amor, debemos distinguir qué tipo de amor estamos mencionando.

Como ya sabemos, el Nuevo Testamento fue escrito en griego y para los griegos hay al menos tres palabras que describen el amor, pero en distintas esferas.

La primera es Eros, que se refiere al amor sexual, al amor de pareja. Esta expresión no se utiliza en el Nuevo Testamento.

La segunda es Filos, que denota el amor fraternal, el amor de padre a hijo o entre hermanos.

Por último tenemos ágape, que es la expresión de amor más alta, un amor desinteresado, un amor fraterno, un verdadero amor. Esta es la expresión utilizada en 1ª Corintios 13, donde se nos llama a un camino más alto, que es el amor.

En conclusión, el ideal moral cristiano, es decir la pauta bajo la cual mirar todas nuestras acciones y relaciones, debe ser el amor.

Si hablamos de ética como las normas que nos orientan al bien, necesariamente debemos tener una clara visión de la contraparte, es decir el mal. En la Biblia al hacer el mal se le llama pecado, que es lo que estudiaremos a continuación.

¿Qué es el pecado?

La primera definición de pecado que tomaremos es una que tiene mucha relación con lo que hemos hablado de ética. Si entendemos la ética como conformar nuestra conducta a la Ley de Dios, el pecado es “anomia", es decir inconformidad con la Ley de Dios. En sencillas palabras, podemos decir que bajo esta descripción, pecado es no cumplir los preceptos morales de Dios, que están contenidos en Su Ley[14]. El pecado no es solo el “no cumplir” la Ley, sino que es el rechazo absoluto a la Ley de Dios.

El pecado es el exceso o defecto en cualquier línea; es hacer más de lo que Dios permite o no hacer lo que Dios manda.

El pecado puede concretarse de diversas formas, como acción (hacer algo incorrecto), omisión (no hacer lo que es debido) o pensamiento (el solo pensar en hacer algún mal)

En el Nuevo Testamento, el pecado se define también como “desviarse del curso recto”, algunos autores agregan “errar el blanco”. Sin duda, el pecado es desviarse del camino que Dios ha trazado para que el hombre sea prosperado y esté en comunión con Él.

Origen del pecado

La Biblia dice que Dios creó al hombre y lo creó bueno, pero entre las características que le dio, estaba la libre capacidad de decidir entre dos o mas situaciones. En este estado, antes de la caída descrita en Génesis 3, el hombre estaba en un estado de “posse non peccare”, es decir no podía pecar, no existía esa opción siquiera. Sin embargo a raíz de la caída del hombre, ahora nos encontramos en una posición de “non posse non peccare”, es decir, no podemos dejar de pecar.

Sin duda alguna, el estado del hombre tras la caída es deplorable, por cuanto todas las capacidades que Dios le entregó originalmente, han sido disminuidas y casi anuladas, pero Dios tenía un plan para el hombre.

La Biblia nos dice que los que están en Cristo, nueva criatura son[15], lo que significa que ese estado de “non posse non peccare” es anulado, pues el cristiano puede no pecar. Es más, el verdadero significado del caminar cristiano es precisamente ese, conformar nuestras vidas a la Ley de Dios evitando el pecado.

Cuando hablamos de la Ley de Dios, nos referimos a sus preceptos que son eternos y no a una simple codificación de los mismos. La Ley de Dios es eterna y perfecta, tal como son todos sus caminos.

En este punto del estudio toma importancia recordar las diferencias entre ética y moral, pues a pesar de que Dios ha fijado un código ético que refleja su propio carácter, el hombre no vive de acuerdo a esas reglas.

En estos días, la cosmovisión imperante es el postmodernismo, en que uno de sus principios es la relativización de los valores, es decir, vivir la vida de acuerdo a la moral imperante y no a los principios éticos de Dios que son eternos.

El libro de Jueces nos narra un difícil momento en la historia de Israel:

“En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía.”[16]

Aunque este pasaje es antiguo, nos da una muestra de lo que hoy sucede en el mundo, cada uno hace lo que bien le parece ¿La causa de esto? La misma de ese entonces, no hay rey. Frente a esto el cristiano tiene mucho que decir, pues reconoce a Dios como su rey y por tanto se esmera en conformar su vida a los principios de su rey. Podemos agregar aún más, el problema de las naciones que ven vanos sus esfuerzos por surgir, radica en este mismo punto. Salomón, el gran rey de Israel lo dijo:

“Sin profecía el pueblo se desenfrena;

Mas el que guarda la ley es bienaventurado”[17]

¿Qué podemos hacer frente a esta situación en donde los valores bíblicos no tienen cabida en nuestra sociedad? El apóstol Pablo una vez más acude con una respuesta:

“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”[18]

En conclusión, la ética cristiana consiste en dos puntos principales:

  1. Vivir justa y piadosamente fundados en el amor

  1. No amoldarnos a este mundo, es decir vivir de acuerdo a los principios de Dios y no a la moral imperante.

[1] Hebreos 8.10

[2] Deuteronomio 10.12,13

[3] Éxodo 20.3

[4] Éxodo 20.4,6

[5] Éxodo 20.7

[6] Éxodo 20.8,11

[7] Éxodo 20.12

[8] Éxodo 20.13

[9] Éxodo 20.14

[10] Éxodo 20.15

[11] Éxodo 20.16

[12] Éxodo 20.17

[13] Mateo 32.37,40

[14] 1ª Juan 3.4

[15] 2ª Corintios 5.17

[16] Jueces 17.6

[17] Proverbios 29.18

[18] Romanos 12.2

miércoles, 29 de agosto de 2007

Salario Etico

El punto de partida de esta discusión debe centrarse necesariamente en el concepto bíblico del trabajo, pues es claro que sin trabajo, no puede haber salario. ¿Nos dice la Biblia algo acerca del trabajo? Si es así, ¿qué es lo que nos dice?

Por muchos años el trabajo ha sido considerado como una carga o maldición, de acuerdo a lo expresado en Génesis 3.19, donde Dios le dice a Adán que con el sudor de su rostro comería el pan todos los días de su vida. Esta visión del trabajo, obtenida de este pasaje, es errada por dos razones. La primera se encuentra en el pasaje mismo, pues Dios no maldice el trabajo, sino que la obtención del sustento (el trabajo) no sería una tarea agradable como lo era hasta ese entonces. La segunda razón se encuentra en el capítulo 2 de Génesis. El versículo 15 del mencionado capítulo, nos dice que Dios puso a Adán en Edén y le dio una orden: que labrara el huerto y lo cuidase, pues de esa forma obtendría su sustento. El punto entonces es que el hombre, antes de la caída ya trabajaba, pues Dios le dio esta función; el problema está que tras el pecado original, el trabajo ya no sería algo sencillo y acarrearía gran esfuerzo e incluso dolor para el hombre.

Bajo esta perspectiva, podemos afirmar que el trabajo es parte del propósito de Dios para el hombre; es Dios mismo quien lo entregó como una herramienta de desarrollo personal y social. No podemos afirmar entonces que el trabajo es algo malo en esencia, pero tampoco podemos desconocer que muchas veces el trabajo no es lo que habríamos soñado. ¿Cuál es la causa de esto? La que ya explicamos anteriormente.

Pues bien, si el trabajo es bueno en su esencia, ¿qué pasa con el salario? ¿Existe este concepto en la Biblia o es una invención de las economías modernas?

En el mismo libro de Génesis existen varias menciones del salario, pero es en el libro de Levítico donde encontramos una mención más significativa para este estudio.

En el versículo 13 del capítulo 19, Dios ordena al pueblo lo siguiente: “No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana

A simple vista pareciera no haber mucha importancia en el verso citado, pero es importante notar que en un mismo verso se encuentran dos situaciones, que por ser semejantes fueron ordenadas de esa forma dentro del capítulo. Para Dios el no dar el salario a su debido tiempo y en una forma proporcional al trabajo realizado, es semejante al robo.

Pablo en el Nuevo Testamento, específicamente en la primera carta a Timoteo, dice lo siguiente: “Digno es el obrero de su salario.[1] Encontramos entonces una concordancia entre trabajo y salario. Cuando la Biblia usa el término jornal se está refiriendo precisamente a esta concordancia, pues corresponde al pago por un día de trabajo.

La palabra salario, proviene de sal, pues en la antigüedad este elemento tenía un valor mucho más alto que el que hoy posee. Esto es importante porque el hecho de pagar con sal, representaba la necesidad de obtener una retribución por lo realizado, aún más cuando esta retribución es esencial para vivir.

La gran mayoría de los profetas del Antiguo Testamente, por no decir todos, llamaron una y otra vez al pueblo y a los reyes de Israel a vivir en piedad y justicia. El profeta Jeremías nos dice en el capítulo 22, versículo 13: “¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo!” Sin duda alguna, el tema de un salario justo o ético no es un tema que nació hoy, sino que a lo largo de toda la historia y de las diversas culturas, ha tenido sus puntos de conflicto.

En la economía moderna como ciencia, se reconocen dos grandes pensadores; el primero es Adam Smith, que en su libro “An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations”[2], más conocido por su nombre resumido, “La Riqueza de las Naciones”, sentó las bases del sistema de libre mercado que hoy domina en gran parte del mundo. El segundo, también inglés como Smith, es David Ricardo, que en su libro de 1817, “Principles of Political Economy and Taxation”[3] habla de un tema que es muy cercano al tema que estamos tratando.

En esta obra, que es un clásico en economía, él habla del “salario natural”, afirmando que en la fijación del salario de un trabajador no debe ser tan importante la oferta y la demanda (como sostiene Smith y nuestro actual sistema económico), al momento de decidir el monto de este, sino que más importante que la cantidad de dinero que el trabajador reciba, es la cantidad de alimentos, medicamentos y necesidades básicas que el trabajador pueda suplir con ese salario. De esta forma Ricardo, vuelve al concepto original del salario, es decir obtener recursos para suplir las necesidades básicas y las demás que pueda tener un trabajador. Esta definición de lo que él llamo “salario natural” es la que más se acerca al tema en cuestión, el “salario ético”

Un gran avance en la economía, en torno al tema del salario, es la fijación de un salario mínimo, de modo que el pago de este no esté entregado simplemente al arbitrio del empleador.

En vista de estas definiciones y de la situación actual de la economía en nuestro país, queda bastante claro, que con $144.000 es, por decir lo menos, difícil sobrevivir.

Creo que no debe quedar duda en cuanto a la proporcionalidad que debe existir entre el trabajo realizado y el salario recibido, pues es de perogrullo pensar siquiera en un sueldo estándar para todos los trabajadores, sin mirar a su preparación o perfeccionamiento.

Otro tema que es tan importante como un “salario ético” es un trabajo ético. Está comprobado que una persona en un buen ambiente laboral, es más productiva que una que está sometida a excesos e injusticias. Siguiendo con la cadena de productividad, si una persona produce más, obviamente aumenta la producción, y si esta crece, los precios deben bajar (hablando muy sencillamente y saltando varios “pasos” de esta cadena), por lo que indicadores como el IPC, tenderían a la baja, dando más valor al dinero, concluyendo que con el mismo dinero se podrían obtener mayores beneficios o se podrían suplir más necesidades. Es un tema no menor, que debe ser considerado y es a mi entender, el espacio donde más aportes puede dar el cristianismo. No podríamos hablar de un “salario ético” sin considerar la ética cristiana.

Está muy claro a esta altura de la historia, que la economía no depende solamente de factores como la oferta y la demanda. La gran caída de la bolsa en 1929 y la crisis que ello trajo, son consecuencia precisamente de desconocer otros factores económicos. Aún más, podría agregar que la fijación de los precios basada en el IPC, está dando paso a otros indicadores, que no miden solamente los números de la economía, sino las necesidades que esta puede suplir en la vida diaria, tanto de las personas como de las naciones. Recordemos que la definición más simple de economía es “la distribución de recursos que son escasos, para suplir necesidades que son múltiples.

En conclusión, es menester tener una perspectiva clara de varios asuntos, entre ellos el origen del trabajo y lo que podemos considerar como ético. Más que números, es necesario debatir ideas, porque los números van cambiando al son de las ideas.



[1] 1ª Timoteo 5:18

[2]Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”, publicado en 1776

[3] “Principios de Economía Política y Tributación”, publicado en 1817

domingo, 26 de agosto de 2007

Jesús, Ofrenda del Nuevo Pacto

La Biblia nos habla de dos grandes pactos: el Antiguo Pacto y el Nuevo Pacto. No es coincidencia que nuestras biblias estén divididas en Antiguo y Nuevo Testamento, pues Testamento es tomado como sinónimo de Pacto.

Las dos palabras usadas para definir un pacto, son berith y diatheke, en hebreo y griego respectivamente, según su uso en cada uno de los testamentos. La palabra diatheke es la traducción del hebreo berith y significa cortar o dividir, de acuerdo a la traducción que le da la LXX. En posteriores traducciones adquirió el significado de testamento, en relación al otorgamiento de propiedad tras la muerte del testador.

Lo que es significativo, es que el significado de “partir” o “dividir”, tiene estrecha relación con una antigua costumbre oriental que consistía en que las personas que celebraban un pacto o contrato, debían cortar un animal y pasar por entre sus partes o sus carnes. De esta forma el pacto quedaba sellado. Era el símbolo que unía en una relación contractual a ambas partes. Encontramos un ejemplo de esta ceremonia en Génesis 15. 9,18. Es importante notar que es Dios quien pacta con Abram y no lo hace sobre la base de la igualdad que suelen tener las partes de un contrato, sino que lo hace siendo el Dios del universo, que decide pactar con un hombre sobre la base de sí mismo como garantía del pacto. Lo que Dios pedía de Abram era obediencia a lo que El estipuló. ¿Podríamos asegurar que Abram alcanzó por sus actos las bendiciones de Dios? Creo que no, pues de esa forma estaríamos hablando de partes iguales que se ven obligadas por las prestaciones reciprocas que ambas pueden dar, cosa que no sucede en un pacto entre los hombres finitos y el Dios infinito.

El autor de Hebreos en los capítulos 8 al 10 nos habla de Jesús como el gran Sumo Sacerdote, que ofreció un único sacrificio que quitó el pecado del mundo. De aquí veremos todas las implicancias de la muerte de Cristo, mirado como el sacrificio perfecto.

Según lo expuesto en el capítulo 9, el Sumo Sacerdote (de acuerdo a lo establecido en el Pentateuco) era el representante del pueblo ante Dios. Este podía acercarse al Lugar Santísimo, lugar donde se manifestaba la presencia de Dios, solo una vez al año, en la gran Fiesta de la Expiación. En ese día, ofrecía sacrificios por el pueblo, para el perdón de sus pecados. El gran problema estaba en que dichos sacrificio no quitaban el pecado, sino que solo lo cubrían, de allí la necesidad de quitar definitivamente este gran mal.

Jesús en su muerte en la cruz ofreció el sacrificio perfecto, su propio cuerpo, para el perdón de los pecados. Cristo pasó por todas las pruebas que debía pasar el cordero que se sacrificaba normalmente, y lo hizo de un modo tal, que marcó la más grande diferencia que podía existir.

Hebreos 10.12 nos dice que Jesús ofreció un solo sacrificio para hacernos perfectos delante del Padre. El actuó como Sumo Sacerdote, pero a diferencia de los Sumos Sacerdotes de la ley, Jesús no ofreció una victima común, sino que ofreció su mismo cuerpo y su sangre como sacrificio por el pecado de la humanidad.

Pero eso no es todo, pues el punto cúlmine se encuentra en la relación entre la escena de Génesis 15 y la muerte de Jesús en la cruz. Veamos como sucede esto.

De acuerdo a la Ley Judía, la pena de muerte debía aplicarse por apedreamiento, sin embargo a Jesús se le crucificó, pues en ese minuto de la historia, Roma tenía la autoridad en Palestina. ¿Por qué es importante esto? Porque el apóstol Juan en el capítulo 19.34 nos dice que un soldado traspasó con una lanza el costado de Jesús, literalmente abrió el costado de Jesús. El autor de Hebreos recoge esta escena y nos dice en 10.19,20 que ahora tenemos acceso al Lugar Santísimo a través del velo rasgado y añade, esto es de su carne, la carne de Cristo. Jesús no solo dio su vida para el perdón de nuestros pecados, sino que además entregó su cuerpo como ofrenda para sellar el Nuevo Pacto que estaba entregando en la cruz, el pacto de la gracia, del amor inmerecido de Dios para salvar al pecador.

Jesús es el testador de este pacto, pues con su muerte empezamos a gozar de los beneficios del pacto. Su amor no llegó allí, pues sobre la garantía de su muerte y su propio cuerpo, nos promete Su fidelidad al pacto señalado.

La historia no termina allí, sino que solamente comienza, pues como lo dice el apóstol Pablo en 1ª Corintios 15.14: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”

La resurrección de Cristo es el hecho que inaugura la era venidera, el nuevo orden al cual somos llamados a vivir. La razón de no conformarnos a este siglo, radica en que Cristo abrió una nueva era para nosotros, una mentalidad más alta, un mundo mejor.

De esto escribiré en unos días más.