miércoles, 30 de enero de 2008

La Teología a las Calles

Existe un tema de una gran importancia para la iglesia, el cuerpo de Cristo. Son muchas las actividades que esta desarrolla día tras día, pero ninguna tan importante y a la vez descuidada. La Biblia nos habla de ella desde el Génesis al Apocalípsis; me refiero al conocimiento de Dios. Esto tiene una doble faz, pues por una parte toda la vida del creyente es de conocimiento de Dios, de acercarnos más y más a El. Pero por otra parte, y es la que interesa a este breve artículo, está el conocimiento de Dios como una actividad consciente, es decir la tarea de conocer más a Dios y más de Dios. Es obvio que una no existe sin la otra, como las caras de una moneda, por tanto es necesario guardar en nuestra memoria esta distinción.

El profeta Oseas nos da palabra de Dios diciendo: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento”[1] Isaías agrega a esto: “El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento”[2]

Sin duda este conocimiento al que los profetas aluden no es un mero conocimiento intelectual, sino que va mucho más allá. El punto es llegar a comprender cual es este conocimiento. Para acercarnos a este concepto es necesario remontarnos al Israel del Antiguo Testamento. La vida religiosa de Israel orbitaba en dos grandes instituciones: el sistema sacrificial dado por Dios y lo relacionado con el Templo, y por otra parte encontramos la Ley. La Ley no era solo un catalogo de preceptos y ordenanzas, era mucho más que eso, era la voluntad de Dios para Israel, el nexo que unía a este débil pueblo con el Dios Todopoderoso. Si la Ley era tan importante para Israel, es lógico que el conocerla fuera de vital importancia. Para esto existía toda una institucionalidad. Los niños debían ser instruidos primeramente en sus hogares a cargo de sus padres, luego debían acudir a la escuela de los rabinos y así seguían con este estudio gran parte de sus vidas. El Nuevo Testamento nos habla de un grupo religioso que dedicaba su vida al estudio de la Ley: los fariseos. De este grupo surge toda la literatura rabínica. En el Antiguo Testamento el conocimiento de Dios estaba reservado principalmente a los sacerdotes y los escribas.

El punto que nos importa es entender por qué este conocimiento que existía en algunas clases o sectores no sirvió al momento de ser examinado por Dios, al punto de decir que el pueblo “no tiene conocimiento”. Como dije anteriormente este conocimiento no es solo un conocimiento intelectual, sino que muestra una disposición del corazón de buscar a Dios y comprender Su voluntad. Me atreveré a plantear una tesis en relación a esto, que si bien es cierto no tengo la seguridad plena de poder afirmarla en el contexto histórico que he mencionado, si creo poder afirmarla en el contexto actual. La falta de conocimiento del pueblo es responsabilidad de quienes poseen dicho conocimiento, al no ponerlo al alcance del común de las personas. Me explico, siempre ha existido un sector a quienes Dios ha iluminado con Su palabra, Su verdad. Lamentablemente este grupo no ha comprendido que Dios se les ha revelado en una mayor profundidad a fin de transmitir dicho conocimiento a quienes no lo tienen. No podemos culpar a Dios por nuestra negligencia, pues El ha provisto de la Revelación para que le conozcamos y ha dado maestros para que guíen, pero ¿qué sucede si los maestros no guían sino que acumulan conocimiento y nada más?

Considero lamentable la situación que vive la Teología en nuestros días. Cuando hablo de Teología hablo del conocimiento sistematizado de Dios, del esfuerzo humano por conocer la fuente del conocimiento, del esfuerzo de la mente finita de conocer lo insondable. ¿Será imposible conocer a Dios como propugnan los agnósticos? Por supuesto que no, aunque en su defensa debemos estar de acuerdo en que es imposible conocer completamente a Dios, más si podemos conocerlo en la medida que El se ha revelado. Dios no es un objeto de estudio para llevar al laboratorio o al escritorio. ¿Podrá el hombre conocer a Su creador como conoce a una hormiga? Aunque esto es imposible debemos ser sinceros al darnos cuenta que Dios ha revelado todo lo que necesitamos saber de El. Pero aún con este conocimiento limitado, el hombre entorpece que la luz de Dios llegue a otros. Ya no buscamos el conocimiento de Dios en la fuente por excelencia, la Biblia, sino que buscamos conocerlo por medio de las opiniones de otros hombres, que pueden estar tan errados como nosotros. No digo que sea malo buscar la opinión de otras personas o de algunos escritores, pues no tengo registro de cuantos libros que hablan de Dios he leído.

La Teología es una ciencia en extinción por causa de los teólogos. Ya no se busca conocer y comprender a Dios para transmitirlo a quienes lo necesitan, sino que buscamos mayor conocimiento para tener un mejor debate o que nuestros artículos sean más ampliamente difundidos y discutidos. La Teología se ha transformado en una ciencia de contradicciones, pues buscamos acumular conocimiento como si pudiésemos contenerlo. Tratamos de guardar al Creador en nuestras mentes y no entregamos nada para que el cuerpo de Cristo sea edificado. No tiene sentido basar la teología en lo que otros autores dicen y olvidarnos de la Biblia, es tan absurdo como querer estudiar historia de Chile con un libro de matemáticas. El pueblo de Dios seguirá pereciendo por falta de conocimiento y la responsabilidad es de quienes han alcanzado dicho conocimiento. ¿Para que sirve hablar de palabras y conceptos que son construcción de otros y ni siquiera entendemos? La Teología debe salir a las calles, donde está el trabajador, donde está la dueña de casa, al pupitre del estudiante secundario y no solo en las universidades. ¡Que falta de sabiduría discutir sobre puntos que no tienen ninguna relevancia, y dejar que la gente se muera sin saber de Dios! El evangelio es tan sencillo como comprender que somos pecadores y merecemos el castigo de Dios, pero que Dios en su inmenso amor proveyó de su propio Hijo para que tomara nuestro lugar y recibiera nuestro castigo. Este Jesús a quien crucificamos resucitó de entre los muertos y hoy está sentado a la diestra de Dios y volverá a buscar a Su iglesia y a juzgar a los vivos y a los muertos. Esto es el evangelio, la buena nueva de que Jesús murió por mí. ¿Para que complicar lo que Dios explicó de forma tan simple? Jesús siendo Dios, la fuente de toda sabiduría y conocimiento tuvo compasión de la gente y explico el Reino de Dios con parábolas tan sencillas como la semilla de mostaza, la moneda perdida o la sal y la luz. ¿Qué hacemos nosotros? Complicamos las cosas y con ello alejamos a los necesitados de Dios. Estamos actuando como los hombres a los que se refiere Pablo en Romanos 1, estamos siendo envanecidos en nuestros razonamientos olvidando la verdad de Dios.

Concluyo afirmando la responsabilidad que tenemos de contribuir a la edificación del cuerpo de Cristo. Si entendemos más, si se nos ha abierto una mayor puerta de conocimiento, es para que otros conozcan a Dios y nosotros le adoremos con mayor intensidad. La Teología no puede estar escondida en algunos pobres libros por ahí, el conocimiento de Dios debe correr por las calles, por las plazas, en las casas, en las aulas del colegio y de la universidad, debemos gritar: ¡La teología a las calles!

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1. Oseas 4.6

2. Isaías 1.3

domingo, 6 de enero de 2008

Evangélicos y Nada Más...

Nunca ha sido demasiado difícil escribir, al menos no para mí, pues siempre ha sido mi mejor medio de expresión. El problema es que desde un tiempo a la fecha me cuesta demasiado concentrarme (mucho más de lo normal) especialmente para escribir. Es como si las palabras no brotaran con la misma facilidad de siempre. El problema se agrava aún más cuando mi mente está cargada de pensamientos que solo desean imprimirse en un papel con un poco de tinta. Hay mil cosas que rondan mi mente y frente a ellas me siento tan pequeño y mis problemas parecen solo detalles.
Por mucho tiempo he pensado en la complejidad del cristianismo como sistema valórico, de vida e incluso político. Me asombra ver como los principios cristianos afectan toda la vida del hombre, pues precisamente para eso fueron dados; pero me asombra aún más darme cuenta que nuestras vidas (hablo del cristiano chileno promedio) distan mucho de ser regidas por dichos principios. Entonces inmediatamente salta la primera pregunta ¿Somos verdaderamente cristianos? Me refiero al cristianismo que la Biblia describe como sistema de vida. Me parece muy sorprendente ver como muchos “evangélicos” consideran que el cristianismo no es un estilo de vida, sino un sistema de creencias, generalmente heredado del cual no somos parte activa, sino solo receptiva. Para algunos es un pecado casi mortal el solo pensar en concebir el cristianismo como sistema valórico, pues para que sirven los valores cuando otros tomas las decisiones por mí.
Pablo comprendió muy bien esta realidad cuando escribió a las distintas iglesias. Habló a cada una en particular sabiendo que cada una vivía el evangelio de una manera distinta. Debo hacer un alto en este punto, pues fui considerado hereje por plantear lo descrito (Pablo es más hereje que yo porque él lo escribió, yo solo lo repito) Me han dicho que cómo se me puede ocurrir sostener algo así, si el evangelio es solo uno y es imposible concebirlo en términos particulares. Estoy totalmente de acuerdo en que el Evangelio es un Universal, pero la forma que vivimos el evangelio, es un particular. Cada uno de nosotros ha recibido el evangelio de una manera diferente, cada uno de nosotros es distinto del otro, cada uno de nosotros ha crecido y vivido de un modo distinto, con distintas realidades y distintas vivencias, ¿podemos pedir que todos vivamos el evangelio del mismo modo? ¿Podemos limitar al Creador a una forma preestablecida? Hacerlo sería negar la imagen de Dios en nuestras vidas. Cuando camino por la calle y veo distintas personas, me detengo muchas veces a mirarlas (me dicen continuamente que no lo haga porque es de mala educación – no estoy muy seguro de eso-) el motivo de hacerlo es buscar la imagen que Dios impregnó en ellas. En muchas ocasiones es muy fácil hacerlo, más en otras es más fácil ver la marca de la Caída. El punto es que cada una de esas personas creadas a la imagen de Dios, es distinta y ve la vida de una forma distinta y creer que cada una puede o debe hacer lo que yo hago, es demasiada arrogancia. No sostengo con esto un relativismo, sino que cada uno de nosotros debe buscar, adorar y vivir para Dios, como Él nos hizo y no como algún otro ser humano nos plantea hacerlo.
Aquí tiene un rol fundamental el comprender el cristianismo como un sistema. Los sistemas tienen como fin dar un marco para que distintas personas se amolden a ese marco sin perder su individualidad (al menos así debería ser) El sistema económico neoliberal, por ejemplo, respeta las individualidades pero amolda estas a los parámetros que propugna. El cristianismo busca amoldarnos a un marco muy superior, que es el marco de Dios mismo
[1] pero respetando la imagen de Dios en nuestras vidas.
Creo que la iglesia, ya hablando de una estructura
[2] y no solo de individuos tiene una tarea pendiente específicamente en Chile, nuestro país. En los últimos 30 años hemos tenido un avance significativo dentro de nuestra sociedad. Casi el 20% de los chilenos dice ser evangélico y muchos de estos evangélicos tienen importantes puestos en el diario vivir de nuestra nación. Un avance cuantitativo que no se ve reflejado en un crecimiento cualitativo, sino al contrario en una disminución de este parámetro. El tener más gente en las iglesias no es síntoma de tener más cristianos en cada iglesia. ¿Por qué sucede esto? Sería bastante pretencioso de mi parte querer dar una respuesta a tan compleja pregunta en breves líneas, pero la causa que he tomado en este artículo, tiene relación con la mentalidad de la iglesia, es decir de quienes decimos ser cristianos.
Pablo dice a los romanos: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”
[3] Si queremos ser como Cristo, conformarnos a Su imagen, debemos conocer cual es Su voluntad y Pablo nos dice que la forma para conocer la voluntad de Dios es transformarnos mediante la renovación de nuestro entendimiento. Aquí entra en juego un personaje muy singular llamado Tomás de Aquino. Santo Tomás vivió en el siglo XIII d.C. y fue el iniciador del pensamiento escolástico. Quizás el más grande teólogo del catolicismo romano. Su gran obra la Summa Theologiae abarca varios volúmenes y en ella expone su pensamiento tomando como base principalmente a Aristóteles. Santo Tomás comienza con el error que hasta nuestros días se ha mantenido. Separa la vida del hombre en dos grandes pisos: el más alto es el que denomina Gracia y tiene relación con Dios y su naturaleza. Solo este piso merece ser conocido por el hombre, pues lo único que tiene valor es el conocimiento de Dios. Más abajo se encuentra la naturaleza, que tiene relación con el hombre y su vida. Este no merece mayor estudio, pues el hombre ha caído y lo único rescatable de él es su mente por medio de la cual puede tomar relación con la Gracia. Lo que Santo Tomás hace es dividir la vida en varias secciones: separa la vida del hombre de Dios y separa la mente del hombre de sus emociones y su cuerpo. Se nota claramente la influencia aristotélica pues los griegos consideraban que el fin del hombre era liberarse de las pasiones que se encontraban en el cuerpo y las emociones y esto se conseguía por medio del conocimiento, en el caso de Santo Tomás, el conocimiento de lo relacionado con Dios.
La iglesia ha sido impregnada por esta concepción hasta nuestros días. He escuchado muchas veces que todo lo del mundo es contrario a Dios (las artes, la naturaleza, la felicidad, etc) El cristiano es solo un peregrino de paso en esta vida, pues su hogar está más allá del sol. No debemos inmiscuirnos en el curso de este mundo pues no tiene sentido. Sin embargo la Biblia, aunque da luces de lo mencionado, también nos habla del mandato cultural de Dios a Adán en Edén. Jesús nos dice que somos la sal y la luz, pero para ser sal y luz, primero debemos acercarnos a la fuente del sazón y de la luz. Fuimos creados por Dios integralmente, es decir El considera todo nuestro ser cuando nos mira, no solo nuestra mente o nuestras emociones.
La tarea pendiente de la iglesia es crecer cualitativamente, es formar discípulos de Cristo con convicciones, con valores, que realmente vivan el cristianismo e impregnen de sabor y de luminosidad todo su ambiente. El Proverbista nos dice: “Por la bendición de los rectos la ciudad será engrandecida” Esta bendición es la vida del creyente, la forma que Dios quiere que vivamos, la mente que Dios quiere que tengamos. No se trata tan solo de una emoción pasajera, sino de convicciones profundas que transforman las vidas y las ciudades.
Continuando con la historia de Santo Tomás vemos que el legado que nos dejó con su concepción parcializada de la vida es la sociedad en que hoy vivimos. Los filósofos posteriores a él, fueron transformando la concepción original, pero conservando su base. La iglesia católica aún considera que el común de las personas no está preparada para conocer las verdades de Dios en la Biblia y hace depender a sus feligreses de la interpretación que el sacerdote puede dar de las mismas. Los países con un origen católico han crecido económicamente, pero difícilmente podemos hablar de naciones cultas o preparadas. El común de sus ciudadanos solo actúa por costumbre. Por otra parte los reformadores, especialmente calvino habló de cristianismo y cultura, uniendo los dos pisos que Santo Tomás separó. El hombre es imagen de Dios por tanto merece respeto, pero también es un ser caído que merece castigo; con la vista puesta en estas dos realidades es que se construyó la reforma y los países europeos vieron la luz.
Hoy más que nunca la iglesia debe ser el reservorio valórico de la sociedad, pues solo los valores del cristianismo han demostrado ser eficaces y perduraderos en el tiempo. Es nuestra tarea formar cristianos que realmente sean cristianos y no solamente un número más dentro del registro de nuestras congregaciones.
Si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada?

[1] Efesios 4.13
[2] Entendiendo estructura como la suma de individuos
[3] Romanos 12.2